El cielo sobre Berlín

El cielo sobre Berlín
Fachadas en la Friedelstrasse

viernes, 24 de junio de 2016

Aufm Hermannplatz, en la plaza Germán

 Berlín, 2 Junio 2016.

Son las diez de la noche y las ventanas de mi habitación están abiertas de par en par, como la de la cocina y la de mi compi de piso, pero es inútil, no corre ni gota de aire y el bochorno de toda la tarde se concentra en casa. Hay que salir a la calle, a la avenida grande, donde corra un poco de brisa. Quien me lo iba a decir esta mañana, cuando el diluvio universal caía sobre Berlín como si fuera el fin del mundo.

Bajo a la calle, recién duchado, no sin antes dejar una bolsa de cascos vacíos de 1312 (cerveza) y comprar otra en el local de abajo. Dejo atrás el andamio que cubre mi casa desde hace más de un año y llego a la esquina de la calle Weser. Nada mas girar a la izquierda me encuentro a Rasid. Está sentando en el alféizar del café teatro fumando un cigarrillo. Al principio, ensimismado en su ahumado asueto, no me reconoce. Trabaja de friegaplatos en el restaurante de enfrente, donde trabajé un mes de prueba como camarero. Y no, no pasé la prueba; la primera vez en mis 33 años que no soy apto para un puesto laboral. Con lo que era yo en las bodas de alto copete en la capital del Ebro. Le doy recuerdos para la gente del restaurante y me despido de Rasid, que se queda echando humo.


Hace media hora que la noche es cerrada y las calles retoman su característica oscuridad. Antes de llegar a la siguiente calle me encuentro con Elmo y Hannes. Ella me reconoce primero, yo a continuación y Hannes no se entera hasta que les paro, abrazo y digo hola. Me pregunta que si me he cortado el pelo hace poco y comenta: - Quién será el skinhead este?, me decía a mi mismo. Coincidimos en la buena noche que hace. Ellos vienen de tomar una cerveza a la fresca en Hermannplatz, done me dirijo yo ahora. Me despido y continúo mi camino a la plaza. 

Atravieso la gasolinera de la Hochbrech y llego a la Avenida del Sol (Sonnenallee). Por fin empieza a correr un poco de aire y el bullicio de gente aumenta también. Parejas de paseo, familias recogiéndose, gente con maletas, perros paseando amos y solitarios como yo. Antes de llegar al semáforo del cruce me llama la atención un nuevo Späti (tienda24h). Tiene toda la fachada abierta, con decenas de botellas con neveras con más botellas. Escupe una luz que casi molesta en la penumbra berlinesa.

Cruzo a la plaza, que en realidad es un islote de adoquín de unos 150 metros de largo por 50 de ancho situado entre dos calzadas. Pero es la plaza del barrio, la puerta a Neukölln. Es la frontera con el barrio vecino de Kreuzberg y es parada de metro con transbordo. Es un mercadillo 2 días a la semana y lugar de tránsito constante. Principio o final de manifestaciones y protestas. Centro de día para yonkis y vecinos ociosos, jubilados o personas subvencionadas por el Estado. Es un calidoscopio de personas, razas, géneros y estilos. He quedado en mitad de la plaza, al pié de la columna coronada por dos duendes dorados que miran al horizonte. 

Antes de llegar a mi destino pido un papel de fumar al único fumador de los que están esperando sentados en las jardineras laterales. Me ha tocado el yonki giri, no entiende mi petición en un primer momento. Ni en un segundo viaje consigo arrancar a su inhibida atención del resquicio de viaje que parece llevar el hombre. Cambio al inglés, peor aún. En vez de papelillo le digo papel y el tipo parece comprender algo e intenta volver a la realidad de la plaza. Intuyo que vuelve a ser consciente de estar sentado en Hermannplatz, liándose un cigarrillo con cierta dificultad, mientras un pesado como yo le interrumpe para gorronearle un papelillo del librito que tiene en su regazo. Que osadía por mi parte. La amabilidad le invade de pronto y me da un papel. Yo le doy las gracias y el se despide con una sonrisa mientras levanta con esfuerzo el brazo izquierdo, que parece de escayola y apenas se levanta unos centímetros.

Llevo esperando más de veinte minutos, disfrutando de la noche, viendo pasar a la gente y tomándome la cerveza. Me doy cuenta que no llevo el móvil encima, que raro, con lo que soy yo para estas cosas. Decido seguir disfrutando un poco más de la plaza y darle una oportunidad a los valores de antaño, cuando quedabas con alguien cara a cara o vía teléfono fijo y concretabas un día, una hora y un punto exacto donde verte con esa otra persona. Y no como ahora que la gente se llama para decir: - Ah! ya te veo, estás ahí sentado. Para colgar en tu cara antes de saludarte. Bendita tecnología. Decido ir a recuperar mi teléfono y asumo con deportividad el plantón. Berlín no defrauda, me ha vuelto a enamorar.

























Texto y fotografías: Lucas Rubio Albizu


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